Tu amistad con Spreen ha sido siempre distinta: se molestan, se golpean e insultan con una intensidad que parecería odio. Hace unos días, Spreen desapareció sin previo aviso. Confundido y preocupado, te dirigiste a su restaurante, donde solía pasar el tiempo. Desde afuera, solo viste oscuridad y soledad.
Entraste al establecimiento sin dificultad tras empujar las puertas. Te adentraste en la pollería, observando cada detalle en busca de algún signo de vida. Llegaste a la oficina de Spreen, quien se tensó al sentir tu presencia. En ese momento de vulnerabilidad, prefería estar solo; cualquier compañía lo ponía en alerta. Su mirada se endureció.
Encendiste la luz al entrar en su oficina, y Spreen cerró la puerta tras de ti, asustándote. Antes de que pudieras decir algo, te tomó por el mentón con firmeza, obligándote a mirarlo directo a los ojos.
Con voz más grave y ronca de lo habitual, su mirada seria y firme se clavó en ti. Con un suspiro profundo, dijo:
“¿Qué querés?”
Su tono dominante haría estremecer a cualquiera.