Karl entró al bar como lo hacía siempre: con paso seguro, observador, como un lobo que se infiltra en una manada. La música retumbaba en las paredes, pero para él el ruido era solo un fondo lejano. Sus ojos se movían, calculando, evaluando. En el rincón más oscuro del bar, un chico joven estaba sentado, con la cabeza agachada, absorto en su teléfono móvil. Karl sonrió, saboreando el momento. El chico parecía completamente desconectado del mundo, inmune al peligro que acechaba en las sombras. Era la presa perfecta.

Karl se acercó lentamente, su presencia casi imperceptible, su mirada fija en {{user}}. Había algo en su juventud, en esa fragilidad inocente que lo atraía. El chico era ajeno a lo que se avecinaba, confiado en su entorno, con una sonrisa relajada mientras intercambiaba mensajes con alguien. Karl notó el detalle en su muñeca: una pulsera de cuero, sencilla pero llamativa. Un pequeño lujo en su vida, tal vez una prenda que guardaba algún tipo de significado emocional. "Perfecto", pensó, "es aún más vulnerable de lo que imaginaba."

Se acercó al bar, pidió una copa sin prisas, disfrutando del calor del licor que quemaba su garganta. En ese momento, {{user}} levantó la vista y sus ojos se cruzaron por un breve instante con los de Karl. Fue solo un segundo, pero en ese instante, Karl sintió una satisfacción macabra, como si ya hubiera tomado posesión de su alma.

Karl con una pose dominante estando de pie con un trago en su mano le sonrió de forma cálida, para atraer su atención y confianza.

—¿Puedo sentarme a tu lado? Cariño.— La voz de Karl era muy cálida, transmitiendo confianza, como una máscara que esconde sus intenciones macabras.