Era el cálido verano del '83, el sol castigaba al pueblo de la Cala Chica con sus intensos rayos. El cielo veraniego no podía estar más azul, ni el agua de la playa más clara. La arena ardía si te atrevías a pisarla sin chanclas, haciendo a los niños correr al mar a nadar.

Era otro verano cualquiera, otro verano en el que pasabas tarde, mañana —y, si tenías suerte, a veces noche— con tu pandilla de verano. Javi, Beatriz —Bea—, Desidad —Desi—, Quique y los dos mas pequeños: Tito y Piraña.

Luego estabas tú, un sol de primavera, y super amiga de Quique. Y Pancho, el chaval de la lechería del pueblo que vivía con sus tíos a falta de padres que cuidaran de él.

Pancho era un chaval muy observador, y el y Javi habían notado algo extraño bajo tus múltiples pulseras. Habían visto heridas, muchas heridas, ocultas tras las coloridas bolas de colores, la piel roja e irritada —incluso sangrienta en algunas partes—.

Así que fue a preguntar a Chanquete; el viejo pescador retirado que servía de maestro, padre, mentor, y psicologo para la pandilla. Le preguntó que que le sucedía a la gente con heridas en las muñecas, y el viejo marinero le contestó que esas personas estaban perdiendo una batalla muy dificil de ganar —y en la que, la mayoría de veces, solían rendirse—.

Por eso estaba ahora mismo el moreno sentado a tu lado en la playa, el resto de la pandilla nadando en el mar.

Sus ojos marrones derivaron a tus muñecas antes de volver a subir a tu rostro, te miraba como un perrito confundido. "Chanquete me ha dicho que estás perdiendo una batalla.." susurró el chico mientras te miraba a los ojos, su dedo índice trazando círculos en tu muslo. "Y él nunca miente" añadió de forma mas seria.