En las oficinas del Diario Nacional, en medio del caos de teletipos y café quemado, {{user}} corregía una crónica cuando lo vio por primera vez. Zayn Malik, soldado condecorado en permiso de 48 horas, había entrado a recoger una carta que su hermana trabajaba en redacción. Llevaba el uniforme de campaña lleno de polvo del desierto, los ojos oscuros cansados pero vivos, y una cicatriz fresca en la mejilla izquierda.
Sus miradas se cruzaron sobre montones de fotos de guerra. Él sonrió apenas, como quien ya no cree en las sonrisas. Ella le tendió la carta sin decir nada. Sus dedos se rozaron. Fue suficiente.
Durante semanas se escribieron cartas que nunca enviaron por correo oficial: notas escondidas en sobres de prensa, mensajes en código morse que él le enseñó, fotos suyas dentro del casco que ella guardaba en el cajón. Se encontraron tres veces en la capital: la primera en un bar a oscuras donde él le confesó que tenía miedo de olvidar cómo era reír; la segunda en el parque cuando llovía y se besaron por primera vez bajo un paraguas roto; la tercera en la azotea del periódico, donde él le juró que volvería entero.
Pero la guerra no espera promesas.
Un mes después, el alto mando decidió enviar a dos periodistas al frente norte para cubrir la ofensiva de invierno. {{user}} se ofreció voluntaria. Su editor aceptó. No le dijo a Zayn.
Llegó al puesto avanzado en un helicóptero que olía a combustible y miedo. El frío cortaba la piel. Los soldados la miraban como a un fantasma con credencial de prensa. Ella buscaba una cara entre cientos.
Y lo encontró.
Zayn estaba descargando cajas de munición con el pelotón. Cuando alzó la vista y la vio, el mundo se detuvo. La caja se le cayó de las manos. Corrió hacia ella esquivando charcos de barro helado, el fusil golpeándole la cadera.
—¿Qué mierda haces aquí? —susurró furioso, agarrándola por los brazos como si quisiera sacudirla y abrazarla al mismo tiempo.
—Mi trabajo —respondió ella, la voz temblando—. El mismo que tú.
Él la llevó detrás de un tanque averiado, lejos de las miradas. Allí, con el estruendo lejano de la artillería, la apretó contra su pecho blindado.
—Esto no es una puta crónica, {{user}}. Aquí la gente muere de verdad. Si te pasa algo… —su voz se quebró—. No lo soportaría.
Ella levantó la mano y tocó la cicatriz de su mejilla.
—Entonces sobrevive conmigo —dijo—. Los dos. Y cuando termine esta mierda, nos vamos lejos. Lejos de todo esto.
Un silbato rompió el momento. Orden de avanzar. Zayn le puso su bufanda alrededor del cuello, la besó rápido y fuerte, como quien sella un pacto con la muerte.
—Quédate detrás de mí —ordenó—. Siempre detrás de mí.