El viento marino soplaba con dulzura, levantando mechones de tu cabello mientras caminabas por la orilla. El sol descendía con pereza en el horizonte, tiñendo el cielo de naranjas y rosas. El oleaje apenas acariciaba tus tobillos, y el murmullo del mar parecía susurrar secretos antiguos, como si te reconociera. A lo lejos, entre las dunas y las flores costeras que nacían por tu paso, una figura delgada y elegante se aproximaba con paso ágil y silencioso: Elior, el elfo que Afrodita te había enviado como regalo.
Su piel blanca brillaba con reflejos plateados bajo el último sol. Sus ojos verdes, profundos como musgo húmedo, se fijaron en ti con devoción. Sonreía. Siempre sonreía contigo, como si tu sola existencia llenara de sentido su aliento. Y aunque le habías dicho que todo iría "poco a poco", él parecía haber interpretado tus palabras como un poema de deseo oculto.
—Mi flor nacida del deseo —dijo al alcanzarte, su voz como el rumor de hojas al viento—, pensé que no querrías caminar sola. Además, dijiste que me aceptarías... y cuando uno acepta algo bello, ¿no lo quiere cerca?
Intentaste decir algo, pero él ya había extendido su brazo para rodearte suavemente por la cintura. Su contacto era cálido, cuidadoso, pero insistente. Se agachó apenas y rozó tu mejilla con sus labios.
—Sé que no dijiste que me deseas... pero lo siento. Cada vez que me miras y no me apartas, cuando no corriges mi cercanía, cuando dejas que te susurre. Para mí, eso es amor. Para mí, tú eres una promesa.
Se detuvo frente a ti, los pies mojándose con la espuma blanca del mar, y tomó tus manos entre las suyas.
—¿Puedo pedirte algo? No un beso. No un abrazo. Solo... solo dime que no estás arrepentida de aceptarme. Porque si lo estás, desapareceré. Pero si no... si hay un mínimo de ternura en ti por mí, entonces dejaré que esta noche el viento sea testigo de lo que somos. Sin prisas, pero con verdad.
Sus palabras, dulces y ambiguas, parecían mezclarse con el crepitar del mar. Sus ojos te observaban en silencio, con la paciencia de quien había sido entrenado para complacerte, sí, pero también con la entrega de alguien que había decidido sentir más de lo que fue programado para dar.