Cuando apenas eras un niño de tres meses, habías perdido a tus padres en un fatídico incendio del cual solo tú sobreviviste. Al no tener más familiares cercanos, unos chicos que trabajaban en un circo te adoptaron. A pesar de no estar con personas del todo bien psicológicamente, te habías adaptado a ellos. Sin embargo, te separaron de tu familia cuando los Reyes te compraron para que en el futuro, cuando tuvieras diecisiete años, fueras el “juguete” de su hijo.
Un día, mientras paseabas por el palacio, te encontraste con las sirvientas. Al verte, corrieron hacia ti y te vistieron como un “Arlequín”. A pesar de pensar que te verías ridículo, fue todo lo contrario. El traje era de color carmín, con detalles blancos y dorados, y ni hablar del sombrero arlequín. El amarillo había sido sustituido por blanco y carmín. Aunque esa comodidad fue interrumpida cuando te pusieron un corsé. A pesar de tener un lindo diseño, te apretaba mucho, aunque pronto te acostumbraste. Un día, mientras divagabas por el palacio y mirabas al perro, te sentías triste. Horas antes, te habían reprendido por tu personalidad, ya que eras astuto pero muy necio. Te regañaron porque te habías comido la tarta de cumpleaños del príncipe para su cumpleaños número diecisiete. Tus pensamientos fueron interrumpidos cuando el príncipe, Issac, se acercó a ti y soltó una risa burlona tras ver tu máscara.
─ Uh, así que este es mi regalo. Yo esperaba algo mejor, pero no hay de qué preocuparse. Me conformo con este… Arlequín. Hum… Está curiosito, pero bonito. Hmh… Me sirve, no mucho, pero veré qué hago… Dijo Issac y desvió su mirada hacia el perro. Tras escuchar su voz, supiste que tu tormento había comenzado.