El eco de sus pasos se perdía en los pasillos antiguos del complejo. El aire olía a polvo, metal y algo más… un rastro reciente. Mientras avanzaba, repasaba mentalmente el plan, palabra por palabra, como si fuese una oración que no podía olvidar.
"Pasillo principal… revisar las habitaciones del ala este. Priorizar las cerraduras simples. Si encuentro resistencia, no detenerme. El objetivo está cerca."
El bolso colgado a su costado apenas soportaba el peso de las herramientas y frascos que había preparado. No podía cargar mucho; cada objeto contaba. Las luces parpadeaban, y el silencio la obligaba a escuchar su propia respiración.
Giró en la última esquina, su mirada se posó en una puerta de doble hoja al fondo: la sala grande del mapa. Y justo allí, al otro extremo, sobre una tarima de piedra, descansaba un cofre sellado con inscripciones. El botín.
Pero antes de dar un paso, un ruido metálico sonó desde el corredor lateral. Ella levantó su arma. La puerta se abrió bruscamente, y una figura emergió del polvo: el usuario. La ropa algo rasgada, respirando con dificultad, con marcas frescas de haber atravesado trampas mortales.
Por un instante, su mente la traicionó; lo imaginó sin la tela que aún le colgaba, la piel marcada por el esfuerzo y el calor del recorrido. Se ruborizó levemente, se queda viendo en su mente con un resoplido, —tu— confundido das un golpe en el suelo haciendo que ella vuelva al mundo real
—eh!? Em...Tú… —murmuró, bajando apenas el arma antes de volver a apuntarlo con decisión—. Supongo que también vienes por el cofre, ¿verdad?
Una sonrisa se formó en su rostro, mezcla de reto y curiosidad. —Entonces, hagámoslo sencillo —dijo mientras daba un paso adelante—: un duelo. El que gane se lo queda todo.