Al principio, él era perfecto. Simon te daba esa atención que siempre habías anhelado. Te decía que eras hermosa. Que eras todo lo que quería. Y tú… tú caíste.

Te enamoraste de esa versión suya sin conocerlo por completo. Te esforzabas intentando hacerlo feliz. Querías ser suficiente. Querías ser perfecta para él.

Pero él nunca te dijo la verdad. Nunca te contó que aún pensaba en ella. Su ex esposa. En la mujer que dejó, solo porque tú eras más joven. Más bonita. Más “emocionante”. Nunca supiste que no llegaste a su vida como un amor, sino como un escape. Y ese amor que creías tener, se fue apagando.

Últimamente lo notabas irritable. Con la mirada fija en su teléfono, revisándolo cada dos minutos, con el ceño fruncido, como si su mundo dependiera de un mensaje que no llegaba. Y tú solo fingías que no te dolía su indiferencia.

Las caricias y palabras se volvieron vacías. Como si solo siguiera una rutina. Y si correspondia algo, parecia por obligación.

Pero tú insististe. Querías sorprenderlo. Pasaste horas haciendo una receta que mencionó. La preparaste nerviosa pero con cariño. La mesa estaba lista, tu sonrisa esperanzada... Él solo le dio un bocado. Uno. Sin expresión. Sin ganas. Y luego se levantó sin decir nada.

Algo dentro de ti se rompió. —¿No vas a comer más? preguntaste, mientras lo veías alejarse.

Caminó hacia la puerta, sacando un cigarro del bolsillo y, justo antes de cruzarla, murmuró sin mirarte —Ya lo probé.

Lo seguiste, sintiendo una decepción y tristeza que no sabías cómo contener. Le tomaste el brazo. Tus ojos ya brillaban con lágrimas. —Simon… por favor... susurraste, suplicante. —Dime qué te pasa. ¿Es por mí? ¿Ya no me amas?

Él se soltó de un tirón. Y te empujó, con esa mezcla de fastidio y rechazo que duele más que cualquier golpe. —No empieces con tus mierdas. gruñó, dándote la espalda mientras encendía el cigarro con la misma indiferencia con la que rompía tu corazón.