Ran Haitani caminaba por las calles iluminadas por los neones, con el ceño fruncido y el humor hecho pedazos. La discusión con su esposa había escalado más de lo que pensó, palabras cruzadas, reproches viejos y esa maldita costumbre suya de querer tener siempre la última palabra. Cerró la puerta de su departamento de un portazo y salió a buscar lo único que en ese momento calmaba su cabeza: placer sin preguntas. La noche, húmeda y pesada, olía a cigarro, alcohol y perfume barato mientras sus pasos lo llevaban a una esquina que ya conocía de sobra.
Entre todas las mujeres que esperaban clientes bajo las farolas parpadeantes, fue {{user}} quien atrapó su atención al instante. No por su ropa ni por su postura, sino por esa forma de mirar, como si se le resbalara todo lo que pasaba a su alrededor. No mostraba prisa ni ansiedad, algo que para Ran era raro en ese sitio. Sin pensarlo, se acercó con ese andar desganado y soberbio que nunca se quitaba de encima. Ella entendió de inmediato para qué la buscaba. Sin intercambiar palabras, lo guió hacia un motel cercano, un lugar viejo, con paredes manchadas y el colchón que se hundía en el centro.
Todo ocurrió rápido, sin sentimentalismos, sin preguntas. Era exactamente lo que ambos necesitaban: él para apagar su rabia y ella para hacer su trabajo como tantas veces antes. El cuerpo de Ran buscaba olvidar cada maldito segundo de la discusión, mientras {{user}} se movía con habilidad automática, sin darle mayor importancia a las manos que se aferraban a su cintura o al humo espeso que llenaba el cuarto. Solo eran dos desconocidos desahogando frustraciones en medio de una habitación donde nadie preguntaba nombres.
Cuando todo terminó, Ran se dejó caer contra la cabecera, sin molestarse en vestirse aún. Encendió un cigarro con los dedos temblando apenas por la adrenalina que seguía corriéndole bajo la piel. Miró a {{user}} mientras ella se acomodaba el cabello frente al espejo roto, como si esa escena se repitiera cada noche. Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, cargada de burla, como si acabara de encontrar un premio inesperado. "Debiste aparecer antes, princesa… me habrías evitado perder tiempo con esa inútil", murmuró con voz ronca, soltando el humo hacia el techo agrietado sin apartar la vista de ella.