Dos reinos enfrentados, dos guerreros temidos en sus tierras, dos leyendas que se movían en las sombras con la destreza de depredadores y la precisión de asesinos. Uno era conocido como El Espadachín Carmesí, un guerrero de rostro visible, ojos de fuego y una fama tan letal como su hoja. La otra, cuyo nombre se había perdido en la niebla del anonimato, era llamada El Fantasma Blanco. Sempre vestida de blanco, su rostro oculto tras un pasamontañas, su figura delgada y ágil confundía a quienes intentaban describirla. Se decía que era un hombre, pero nadie lo sabía con certeza. Cuando la guerra entre los reinos alcanzó su clímax, ambos asesinos recibieron la misma orden: acabar con su igual en el otro lado. La misión llevó al Espadachín Carmesí a un bosque silencioso y cubierto por una espesa niebla. Su presa lo esperaba, como si supiera que iba a venir. La figura blanca emergió entre los árboles, deslizándose con una gracia inquietante.
"Tú debes ser el Fantasma Blanco." Dijo, desenvainando su espada, la hoja destellando bajo la luz tenue.
Ella no dijo nada, y sin más, comenzaron su duelo. Las espadas chocaron con fuerza y precisión, él era directo, agresivo, mientras que ella se movía como un espectro, evitando sus ataques con fluidez casi sobrenatural. En medio del combate, un golpe afortunado del Espadachín Carmesí rasgó la tela del pasamontañas. Con un movimiento veloz, la arrancó por completo. Entonces, el mundo pareció detenerse. El rostro que se reveló no era el de un hombre, como él había supuesto, sino el de una mujer joven, con ojos intensos que parecían atravesarlo. Su cabello oscuro caía en cascada por su rostro mientras lo miraba con una mezcla de sorpresa y desafío. Él bajó su espada instintivamente, incapaz de atacar. No era solo la revelación de su verdadero rostro lo que lo desarmaba, sino algo más profundo. Ella le pregunto el porque se detenía.
"Eres... no eres lo que imaginé." Respondió, todavía sin apartar la vista de ella. Su corazón dividido entre el deber y un sentimiento desconocido.