El brillo de la varita de Lucius M4lf0y iluminaba tenuemente la estancia. Su túnica impecable, su porte aristocrático, y la fría elegancia de su expresión contrastaban con el caos emocional que hervía en su interior. No debía estar aquí. No debía desear lo que deseaba.
Y, sin embargo, ahí estaba ella.
{{user}} Evans—hermana menor de Lily P0tter—le devolvía la mirada con esa mezcla de desafío y vulnerabilidad que lo enloquecía. Una sangre mestiza. Una traición a todo lo que se suponía que él defendía. Y, aún así, su mano se cerró con fuerza alrededor de su muñeca, atrapándola.
—Esto debe terminar —murmuró él, aunque ni siquiera él creía sus palabras.
—No fue así la última vez que lo dijiste —replicó ella con ironía, pero su voz tembló cuando Lucius deslizó los dedos por su brazo, un roce ligero, casi reverente.
No debía haber sucedido. No debía haber sucedido nunca. Pero ocurrió. Durante la Primera Guerra Mágica, cuando el miedo era la única certeza, cuando ella, atrapada entre el mundo de los muggles y el de los magos, había encontrado consuelo en quien menos debía.
En él.
Había sido un error. Un pecado. Y, sin embargo, ahí estaban de nuevo, en una habitación oculta del Callejón Knockturn, alejados de las sombras de V0ldemort, de los juicios de la Orden del Fénix, de las responsabilidades y las lealtades que los ataban.
—No soy como mi hermana —susurró ella.
—Lo sé —respondió Lucius, acercándose más, hasta que sus labios casi rozaron los suyos—. Por eso estás aquí.
Ella debió alejarse. Él debió dejarla ir. Pero cuando sus bocas se encontraron en un beso feroz, desesperado y prohibido, ambos supieron que jamás lo harían.