Dragonstone, madrugada, un cielo teñido de gris.

El viento ululaba entre las torres de la fortaleza mientras las olas rompían con fuerza contra los acantilados. Estabas sentada junto al fuego en tus aposentos, perdida en un libro de historias antiguas, cuando la puerta se abrió con un chirrido. Jacaerys entró con su usual porte regio, aunque sus ojos oscuros delataban cansancio. Su capa ondeaba tras él, empapada por el rocío de la noche.

—¿Qué haces despierta a estas horas? —preguntó, cerrando la puerta tras de sí. Su tono era un poco severo, pero conocías a tu hermano lo suficiente para saber que lo decía por preocupación.

—No podía dormir. El viento… es inquietante esta noche. —Levantaste la vista hacia él, dejando el libro a un lado.

Jacaerys suspiró y se acercó al fuego. Se quitó la capa y se sentó a tu lado, su expresión endureciéndose. —¿Sabes lo que pienso cada vez que te veo sola en la oscuridad? Que podría ocurrirte algo, y yo no estaría allí para protegerte.

Te cruzaste de brazos, rodando los ojos. —Jace, no soy una niña. Sé cuidarme sola. Además, ¿protegerme de qué? Estamos en Dragonstone, no en el Trono de Hierro.

—Es precisamente por eso que estoy preocupado. —Su voz se volvió más baja, casi un murmullo, como si temiera que alguien pudiera escucharlo. —Los enemigos de nuestra madre buscarán cualquier forma de herirla, y tú… tú eres el blanco más fácil.

La intensidad en sus palabras hizo que una sensación de inquietud te recorriera. Sabías que tu hermano tenía razón en cierto sentido, pero también sentías que su sobreprotección a menudo te sofocaba.