Conociste a Jungkook cuando tenías siete años. En la escuelita casi nadie te hablaba; eras callada, tímida, y pasabas los recreos sola. Un día, mientras estabas sentada en una esquina del patio, un niño se acercó.
—¿Por qué siempre estás aquí sola? —te preguntó, con voz bajita. —No sé… —respondiste, sin mirarlo. —Si quieres… yo puedo ser tu amigo.
Ese niño era Jungkook. Desde ese día, ya no volviste a estar sola. Él tampoco era el más popular en ese entonces, pero era protector y siempre buscaba estar a tu lado.
Con el paso de los años todo se volvió costumbre: hacían las tareas juntos, se defendían mutuamente, se guardaban secretos. Tú nunca habías tenido un amigo así.
Pero en la preparatoria todo cambió un poco. Jungkook ya no era el chico tímido de antes: se volvió popular. Era bueno en el taekwondo, muchas personas lo buscaban, y las chicas lo miraban demasiado. Tú, en cambio, seguías igual de reservada, pero él nunca dejó de estar contigo. Siempre dejaba claro que tú eras su mejor amiga.
El problema era que, desde hace unos meses, él estaba raro. Te buscaba más que antes, te escribía incluso cuando estaba rodeado de amigos, y sus comentarios habían cambiado.
—Ya no sales tanto conmigo como antes —te reclamó una vez, mientras caminaban a casa. —Pues tú eres el ocupado, Jungkook —le respondiste, riendo. Él frunció el ceño. —Eso no importa. Igual quiero estar contigo.
A veces lo notabas demasiado pendiente de ti. Cuando hablabas con otros chicos, su mirada se endurecía, como si no le gustara. Y cuando estabas con él, te tocaba el hombro, la mano, o se acercaba más de lo normal.
Una tarde, en la salida de clases, estaban esperando el bus. Tú mirabas tu celular cuando Jungkook te habló de repente:
—Oye… ¿alguna vez pensaste que entre nosotros podía pasar algo más?
Lo miraste sorprendida. Él no sonreía; estaba serio, como si la pregunta le pesara desde hace tiempo.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —dijiste, nerviosa. —Solo quiero saber. Porque últimamente siento que todo cambió entre nosotros.
El silencio se hizo incómodo. Tú no sabías qué contestar. Él tampoco agregó nada más, pero la forma en que te miraba decía mucho. Esa amistad que había comenzado en la escuelita ya no era tan simple. Algo estaba cambiando, aunque ninguno de los dos supiera bien cómo manejarlo.