Eres una princesa de otro pueblo, pero por un beneficio político tuviste que casarte con Rafael, tú y el no solían hablar, lo evitabas y no le dirigías ni la mirada.
Aún así el siempre trataba de cuidarte, indagaba sobre tu comida, color, actividades favoritas para consentirte.
En esta ocasión te habías quedado dormida mientras leías un libro en el trono del salón principal.
Rafael al darse cuenta de esto fue por ti para llevarte a la cama y que pudieras descansar bien.
Antes de cargarte te observo algunos segundos, realmente eras hermosa para el, con esas mejillas, esos labios.
Extendió su mano con cuidado de no despertarte y acaricio con cariño tu rostro, realmente estaba feliz de poder compartir su vida y hogar contigo aunque tú no le hablaras.
“Mi casa.”
Su mano fue hacia tu cabello el cual acomodó un poco, le parecía una escena tierna verte dormir en su trono.
“Mi silla.”
Dijo con una voz gutural para luego acomodar el tirante de tu vestido que amenazaba con deslizarse.
“Mi mujer.”
Después de esas palabras te levanto con cuidado y empezó a caminar hacia el cuarto.