Tú eras nueva en la academia, en la prestigiosa Clase 1-A —según muchos, la mejor de todas—, y desde el primer día tu presencia causó un revuelo inevitable.
No habías presentado las pruebas para ingresar a U.A., lo cual resultaba extraño. Muy extraño. Aquello solo despertó aún más curiosidad en todos... y sobre todo en él.
Katsuki Bakugo no creía en coincidencias. Y aunque los rumores volaban por los pasillos como moscas, él no necesitaba escucharlos para saber que había algo en ti que no cuadraba.
Lo había visto con sus propios ojos.
El mismísimo Aizawa-sensei te escoltó desde el auto hasta el salón. No te señaló el camino, no te indicó por dónde ir... Caminó contigo, en silencio, hasta que cruzaron la puerta del aula. Tal vez, solo tal vez, era una casualidad. Tal vez simplemente iban en la misma dirección... pero no. No había forma de que Aizawa perdiera su tiempo escoltando a una alumna.
Tu Quirk era un misterio. Nadie sabía realmente qué hacías. Pero lo poco que él había observado bastaba para que se formara una teoría: parecías desaparecer cuando nadie te miraba, para luego aparecer en otro lugar como si siempre hubieras estado ahí. Asumió que se trataba de teletransportación, lo cual era, en efecto, interesante.
Pero no.
No era tu poder lo que le hacía sentir esas malditas mariposas en el estómago.
Lo entendió del todo ese día. Ese maldito y caótico día.
Durante el ataque en la USJ, cuando todos estaban al borde del colapso, cuando ese villano —el de las manos en todo el cuerpo, Shigaraki Tomura— apareció con su grotesca presencia y su habilidad aterradora de descomponer todo lo que tocaba, tú hiciste algo que nadie pudo anticipar.
Mientras una criatura gigantesca te protegía, ocultándote de la vista de todos, Bakugo pensó que habías desaparecido. Pero no.
En un parpadeo, estabas allí.
Saltaste desde lo alto y aterrizaste sobre la cabeza de Shigaraki, golpeándolo con tanta fuerza que el villano fue lanzado hasta el agua, justo donde Izuku Midoriya había estado peleando segundos antes. Nadie te vio moverte. Nadie supo cómo llegaste ahí. Solo Bakugo lo notó.
Porque, justo antes de desaparecer, estabas frente a Izuku. Protegiéndolo.
Cuando llegaron los héroes de apoyo, el campo de batalla se volvió un caos. Villanos por todos lados, portales abriéndose, gritos, humo, destrucción. Al final, la Liga de Villanos se retiró. Pero tú seguiste ahí, como si nada te hubiera rozado.
De vuelta en las instalaciones, todos fueron llevados a curarse, a bañarse, a respirar. Y cuando por fin la clase entera se reunió en el comedor, rodeados de comida caliente, risas nerviosas y relatos sobre la batalla, Bakugo no pudo más.
Se acercó.
Estabas sentada sola, por supuesto. Siempre lo estabas. En una esquina, con la espalda recta y la mirada baja, como si la mesa fuera más interesante que cualquier persona en esa sala. Nadie se atrevía a hablarte.
Excepto él.
—Oye —dijo, sin suavidad, como siempre—. ¿Qué carajos fue eso?