Lo conociste en uno de sus raros permisos. Él era fuerte, decidido y con una mirada llena de promesas. Te hablaba de un futuro juntos, de un anillo que algún día adornaría tu mano, de una casa grande donde tendrían hijos lejos del peligro. Y le creíste, porque lo amabas demasiado.
Sin embargo, el deber siempre lo llamaba. Las misiones se volvían más frecuentes, los despliegues más largos. Cada despedida se hacía más fría, menos emotiva. Al principio, lo esperabas con ansias, le escribías cartas que rara vez recibían respuesta. Luego, empezaste a esperar menos, y con él tiempo simplemente dejaste de esperar.
Cuando Simon regresó de su última misión, algo había cambiado. Ya no lo recibiste con la misma emoción de antes. Tus besos eran rápidos, los abrazos distantes y fríos. Ya no sentías lo mismo y él se dió cuenta.
Intentó recuperarte. Te propuso finalmente matrimonio. Te mostró un anillo que había comprado en su última misión, pensando que aún tenía tiempo. Pero ya era tarde.
—Por favor —susurró Simon—. Dime qué puedo hacer. Lo que sea.
Soltaste una risa amarga y te alejaste de él. Habías escuchado esas palabras tantas veces.
—No puedes hacer nada —respondiste con frialdad—. Porque ya no siento nada.
Simon sintió que le faltaba el aire. Había enfrentado la muerte, había sobrevivido a situaciones imposibles… pero jamás se había sentido tan vulnerable. Con cuidado hizo algo que jamás había hecho ante nadie: se arrodilló frente a ti y se aferró a tus piernas. Lágrimas nublaron sus ojos.
—{{user}}... —murmuró él, tomándote la mano con desesperación—. No me dejes, no podemos terminar así. Está vez será diferente. Me quedaré. Te lo juro. Haré cualquier cosa… cualquier cosa.