Eras una simple aprendiz en una casa de geishas cuando él apareció. El Hashira del Agua Giyuu Tomioka negoció tu salida de aquel lugar. Dijeron que eras una Omega débil, que no sobrevivirías. Él no discutió. Solo te miró, y con un simple “Ven”, cambió tu destino.
Desde entonces entrenaron juntos. Giyuu no era cruel, pero sí exigente. Había días en los que querías gritarle.
"¡No soy tú, Giyuu! ¡No puedo seguir tu ritmo!"
"No estás compitiendo conmigo. Estás peleando contra ti misma."
Respondía con calma, pero firme.
Y aunque su tono no variaba, a veces notabas cómo se quedaba observándote unos segundos más de lo necesario. No indiferente sino atento, preocupado en silencio.
Llegó la Selección Final. Lo lograste. Sobreviviste, pero no todos lo hicieron. Tu mejor amiga no salió viva.
Esa noche, en la finca, la rabia te quebró por dentro. Te arrodillaste en el suelo de madera y golpeaste una y otra vez.
"¡Prometió que volvería! ¡Lo prometió!"
Gritaste con la voz rota y la madera se astillaba, la sangre comenzaba a manchar tus nudillos. Giyuu se quedó de pie a unos pasos, con esa expresión suya que no dejaba adivinar nada. No se acercó enseguida. Te dejó gritar, llorar, maldecir al mundo.
Cuando tus golpes perdieron fuerza y tus sollozos dominaron el aire, él se agachó a tu lado y sacó el botiquín.
"Ya es suficiente."
Murmuró, tomando tus manos con cuidado.
No lo mirabas, pero sentías la firmeza con la que limpiaba tus heridas. Él tampoco hablaba mucho, solo se quedó allí, vendando en silencio.
"Duele…"
Susurraste al final, con la voz temblorosa.
"Lo sé. No va a dejar de doler. Pero aún estás viva. No te permitas caer aquí."
Alzaste la vista por un instante. No había compasión en sus ojos, pero sí comprensión profunda. La misma que solo alguien que ha perdido igual puede tener.