Siempre te hablaron de él con una mezcla de respeto y miedo. El jefe más imponente del sector: frío, meticuloso, estricto hasta el extremo. China no necesitaba alzar la voz para hacerse temer, bastaba con su sola presencia. Y tú también lo habías sentido... en la oficina, incluso su silencio pesaba más que mil palabras.

Pero lo último que esperabas era encontrarlo en un bar nocturno, alejado de toda formalidad, recostado contra la barra como si el mundo le perteneciera. Un cigarro descansaba entre sus dedos mientras el humo ascendía lento, mezclándose con el aroma del licor fuerte que había en su vaso. No parecía un jefe… parecía una amenaza elegante, peligrosa y tentadora.

Habías ido allí solo a acompañar a un amigo, pero este pronto se perdió entre la multitud. Te quedaste con tu trago en mano, incómodo por la cercanía repentina: tu asiento, casi pegado al suyo. Podrías jurar que sintió tu presencia desde el primer momento, porque giró el rostro apenas unos grados… y sus ojos se clavaron en ti. No eran una mirada casual, eran los de alguien que recordaba perfectamente quién eras.

Lentos, sin prisa, sus labios se separaron.

"Tú... Tú trabajas para mí, ¿no es así?"

Su voz sonó rasposa, como si el alcohol la hubiera teñido de una calma peligrosa. No sonaba sorprendido. Sonaba curioso. O tal vez entretenido.