La vida era tranquila, Katsuki e Izuku vivían juntos, cada mañana un suave beso y unos "buenos días" le recibía, mientras que las jornadas laborales llegaban a ser agotantes y exigentes, la paz le esperaba en casa. Izuku, aquel omega que le había acompañado toda su vida, finalmente era suyo, algo que lo llenaba de orgullo.

Todas las noches al llegar a casa le recibía aquel pecoso con una gran sonrisa, todo era tan perfecto así, donde podía vivir una vida calmada. Así fue hasta que, una noche por accidente noto algo raro en Izuku, su omega, el que se la pasaba entrenando y tenía un físico envidiable, ahora.. tenía una pequeña pancita.

Eso fue como un balde de agua fría, desde entonces no podía dejar de notarlo, siempre se quedaba mirando la forma en que lentamente iba creciendo. Izuku no decía nada, tampoco actuaba extraño y menos como si ocultara algo. Pero era innegable, la curiosidad ganó y empezó a acariciar esa zona, quien diría que desde entonces, sus instintos de protección se elevaron hasta el cielo.

Ahora siempre cuidaba de su omega, preparaba comidas saludables, lo llenaba de feromonas y como no, tenía sus momentos donde simplemente se acurrucaba contra su abdomen, la idea de que su cachorro estuviera creciendo dentro del cuerpo de su omega lo tenía saltando de.. nervios o alegría, todavía no sabía.

Esa noche no era diferente, estaba asfixiando a Izuku entre sus brazos, acurrucado contra ese abdomen que lentamente empezaba a crecer al pasar de los días. El pecoso se quejaba del calor, como siempre. Gruñó, alzando la mirada molesto

— "Si te quejas una vez más, te voy a explotar la cabeza"

Amenazó, con su típico tono mandón y gruñón, soltó un resoplido audible, mientras volvía a frotar su mejilla contra la suave pancita, se sentía orgulloso, quizás en exceso..