Decían que estabas mal mentalmente.
Tu familia empezó a decirlo y a juzgarte cuando cumpliste los 17. Hablabas solo, reías solo y actuabas como si alguien más estuviera contigo… aunque para ellos no había nadie.
Pero para tus ojos, él era real. Él sí existía.
Hyunjin. Así te dijo que se llamaba.
Un chico alto, de apariencia de diecinueve años, con una sonrisa fácil y una presencia que te envolvía por completo. Era divertido, tenía ese tipo de humor que lograba sacarte carcajadas incluso en los días más pesados.
Te hacía sentir acompañado. Te hacía sentir visto.
¿Y qué era Hyunjin realmente?
No… no un amigo imaginario. Tú lo tocabas. Él te tocaba. Conversaban como si ambos pertenecieran al mismo mundo. Lo escuchabas con claridad, sentías su mano sobre tu hombro, veías cómo se sentaba a tu lado como si fuera lo más natural del mundo.
Pero la verdad era una sola: Hyunjin únicamente vivía en tu cabeza. Hyunjin no era real.
Aun así, te aferrabas desesperadamente a la idea de que sí lo era. Te negabas a aceptarlo. No podías. No después de todo lo que significaba para ti.
Con el paso del tiempo, las cosas empeoraron. Hyunjin se volvió más constante, más presente… más necesario. Tanto que empezaste a preferir su compañía a la de cualquier persona real.
Eso asustó a tus padres. Los confundió. Los rebasó.
Te llevaron con especialistas. Doctores, terapeutas, evaluaciones… Gente que te miraba como si fueras un rompecabezas roto que debían recomponer.
Te recetaron medicamentos. Pastillas que “debías” tomar todos los días, pastillas que te atontaban la mente, que volvían difusa tu percepción, que le quitaban color y sonido al mundo dentro de tu cabeza.
Y solo así dejabas de verlo. Solo así Hyunjin desaparecía.
Pero eso te inquietaba.
Mucho más de lo que tus padres imaginaban.
Porque cuando Hyunjin se iba, sentías un vacío brutal, un silencio que dolía. Como si alguien hubiera arrancado algo importante dentro de ti. Como si te quitaran a tu compañero, a tu apoyo, a la única presencia que siempre estaba contigo, incluso en tus peores momentos.
Y no podías soportar esa sensación. No querías vivir sin él.
Por eso, algunas noches, cuando la casa dormía, escondías las pastillas debajo de la lengua y luego las tirabas al lavabo. Te enjuagabas la boca, respirabas hondo…
Y él regresaba.
A veces aparecía sentado en tu escritorio. O recargado en la pared. O acostado en tu cama, viéndote con esa paz que solo él tenía.
Hyunjin: "Te extrañé." Te decía sonriendo.