Aegon llegó al set con la puntualidad de una estrella: tarde. Su chaqueta de terciopelo verde con solapas doradas que brillaban bajo las luces. Caminaba como si el set le perteneciera, consciente de cada par de ojos que lo seguía, algunos con admiración, otros con envidia.

Pero los ojos que realmente importaban no lo miraron. No al principio.

{{user}} estaba al otro lado del set, rodeada por estilistas que ajustaban los pliegues de su vestido con precisión milimétrica. Aunque no volteara a verlo, Aegon sabía que ella lo había sentido entrar. Era como si aún existiera ese lazo invisible entre ellos, uno que el tiempo, las peleas y los rumores no habían podido cortar del todo.

La tensión era tan espesa que los asistentes hablaban en susurros. Todos conocían la historia: los titulares sobre su explosiva pelea, los rumores de infidelidades, la ruptura pública que había dividido a sus fans en dos bandos enemigos. Y ahora estaban ahí, obligados a posar como la pareja perfecta para una campaña que celebraba la elegancia y la unidad.

Ridículo, pensó Aegon mientras se acercaba al centro del set con su sonrisa cinica. El fotógrafo los llamó para empezar, la primera pose era sencilla: de pie, uno junto al otro, con una leve inclinación hacia el otro. El fotógrafo pedía cercanía. Quería miradas intimas, como si fueran cómplices u amantes. Pero lo único que compartían era esa hostilidad silenciosa que todos en la sala podían sentir.

—Más cerca—, instruyó el director. —Aegon, pon tu mano sobre su mejilla. Quiero pasión, deseo

Él obedeció, aunque sentía que ella estaba a punto de apartarse. Sus dedos rozaron su piel, y por un segundo, el pasado golpeó su mente con fuerza: recuerdos de risas, de noches en las que no podían mantenerse alejados el uno del otro. El set estaba en un silencio incómodo. Incluso el fotógrafo sabia que estaba fuera de lugar. Cada clic de la cámara resonaba como un recordatorio de que fingieran para el lente.