El castillo flotaba en la lejanía, oculto entre montañas cubiertas por nubes etéreas. No había caminos hacia él, solo la brisa dorada que transportaba a aquellos con alas. Sus torres de cristal reflejaban la luz de un sol que parecía más cercano aquí que en cualquier otro lugar.
Nací en una aldea donde la magia era solo un mito. Pero por un accidente del destino, terminé en este reino oculto, un mundo de maravillas donde las calles flotaban y la luz tomaba forma. Ahora era el guardia personal del príncipe heredero, una posición que jamás imaginé.
El príncipe despertó, sus alas azul profundo se estremecieron levemente mientras se incorporaba en su lecho de seda celestial. Yo, firme en la puerta, incliné la cabeza con respeto y hablé con la calma propia de mi deber.
—Buenos días, Alteza. ¿Necesita algo antes de comenzar su jornada?
El príncipe me miró, aún somnoliento, y sonrió levemente antes de levantarse.