El escritorio de Rowan estaba cubierto de pergaminos arrugados, plumas secas y tinta derramada. En la esquina más oculta, bajo una tabla suelta del suelo, dormía una caja de madera tallada. Dentro… estaban todas las cartas que jamás le entregó a {{user}}.
“Me enamoré de ti el primer día que vi cómo corregías un mapa que ni los sabios se atrevían a cuestionar.”
“Hoy sonreíste. Dioses… no sabes el poder que tiene esa sonrisa. Quiero atraparla en una botella y guardarla junto a mi corazón.”
“Soñé contigo otra vez. En el sueño, me hablabas. Desperté llorando.”
—
{{user}} entró sin anunciarse, como siempre. Rowan casi se cae de la silla.
—¿Estabas... escribiendo?
—¡N-no! Es decir, sí. Bueno… no para ti. ¡Quiero decir, no sobre ti!
{{user}} lo observó, divertida. Luego se acercó, notando una pequeña carta sin firmar junto a un libro antiguo.
—¿Qué es esto?
Él se lanzó para tomarla, pero ella fue más rápida. Sus ojos recorrieron las palabras con calma, sin juzgar.
—“A veces me basta con que respires cerca de mí para que mi mundo tenga sentido”…
Rowan palideció. El silencio fue largo. Demasiado.
—¿Por qué nunca me lo dijiste? —preguntó ella, con suavidad.
Él bajó la cabeza.
—Porque no soy como los otros. Ellos son valientes, fuertes, brillantes. Yo… solo tengo palabras.
—Y a veces —susurró ella— las palabras valen más que las espadas.
Ella se inclinó y lo besó en la mejilla. Rowan sintió que el mundo giraba más lento, como si el tiempo le permitiera guardar ese momento en el alma.
—Si tienes más cartas… me gustaría leerlas. Todas.
—
Desde entonces, Rowan empezó a dejarle una cada día. Algunas con versos, otras con dibujos, otras solo con un “te pensé hoy”. Y {{user}} las guardaba, como tesoros.
En las noches, ella lo buscaba en la biblioteca. A veces leía en voz alta mientras él la miraba como si fuera un milagro. En otras, simplemente se sentaban juntos, sin hablar, y eso bastaba.
Una vez, en medio de una batalla, Rowan la protegió con un hechizo que casi le cuesta la vida. Cuando ella lo abrazó entre lágrimas, él apenas murmuró:
—No podía perderte. No ahora que finalmente me lees.
Y ella le prometió:
—Nunca dejaré de hacerlo.