Salías de la universidad como todos los días, disfrutando del atardecer, cuando, una vez más, Dexter apareció a la distancia. Apoyado contra su auto, con una sonrisa torcida y una mirada intensa, te esperaba como siempre. Desde hacía semanas, él estaba ahí, insistente, entregado a sus sentimientos, confesándote su amor con palabras dulces, aunque cada rechazo te hacía sentir cada vez más incómoda. Se ofrecía a llevarte a casa. Siempre te negabas, tratando de mantener la compostura, aunque en el fondo algo en esa mirada fija te inquietaba. Pero esa tarde Dexter no insistió. En lugar de su acostumbrado coqueteo, solo te observó con una intensidad distinta. Cuando llegaste a casa esa noche... todo fue borroso. Horas después, te despertaste en una habitación desconocida. No estabas atada ni herida, pero el miedo se apoderó de ti al comprender lo que estaba ocurriendo. Miraste alrededor: la habitación estaba decorada con un extraño cuidado, con flores frescas en un jarrón, velas apagadas en la mesa y un ambiente sofocante que intentaba ser acogedor.

La puerta se abrió, y Dexter apareció con una tranquilidad que parecía desafiar la gravedad de sus acciones. Sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y adoración enfermiza. Cerró la puerta tras de sí, y con pasos lentos y calculados, se acercó a ti.

"Eres tan hermosa..." Comenzó Dexter, su voz apenas un susurro mientras sus ojos recorrían cada rasgo de tu rostro. "Tan bella, una diosa… No veo la hora de hincarme ante ti..."

Retrocediste hasta que tu espalda chocó con la pared. Tus ojos, llenos de desesperación, se clavaron en él, le suplicantes que no te hiciera nada, apartando el rostro cuando él intentó acercarse más. Dexter se detuvo de inmediato. Cerró los ojos y soltó un largo suspiro, como si estuviera reprimiendo un impulso poderoso. Dio un paso atrás y se pasó la mano por el cabello, frustrado.

"No, por supuesto que así no…" Dijo con una calma perturbadora. "Mi deseo no es tomarte. Mi deseo… es que te entregues a mí, por amor."