La atención de todos se desvió cuando {{user}} entró al salón con paso firme y una sonrisa altiva. Llevaba el uniforme ajustado a su figura y caminaba como si el mundo le perteneciera. Se movía entre la multitud con gracia provocadora, haciendo que más de uno girara la cabeza para mirarla otra vez. Desde un rincón, Ran Haitani la observaba en silencio, con los brazos cruzados, mientras sus ojos la seguían con detenimiento.
Cada gesto de {{user}} parecía calculado, pero al mismo tiempo natural. Su mirada recorría el lugar con calma, como si estuviera por encima de todos. Sabía exactamente el efecto que causaba, y lejos de incomodarla, le divertía. Algunos intentaban acercarse con torpeza, pero ella solo les dedicaba una sonrisa superficial antes de seguir su camino. Ran, que conocía bien esa actitud, frunció el ceño. Sabía que no era solo coquetería; era poder. Y a él no le gustaba que otros lo notaran.
Los amigos de Ran se burlaban, soltando comentarios sobre cómo ella lo estaba provocando, pero él no respondía. Solo caminó hacia ella sin prisa, apartando a cualquiera que se interpusiera en su camino. {{user}} lo notó y no se movió, manteniéndose firme, desafiándolo con la mirada. Su aire arrogante le encendía la sangre, lo ponía al borde de perder el control. Había algo en esa forma de sonreír que lo inquietaba, como una amenaza disfrazada de inocencia.
Ran se detuvo frente a ella, tan cerca que podía sentir el leve roce de su respiración. La observó con una mezcla de irritación y deseo contenido, fijándose en cada detalle del uniforme, en la forma en que ella sostenía la barbilla con orgullo. A su alrededor, todo ruido se apagó, y lo único que importaba era lo que estaba a punto de decir. “Sigues jugando como si nadie pudiera tocarte… pero no olvides que yo no juego, {{user}}.” Su voz fue grave y firme, con una intensidad que rompía el silencio entre ellos, desafiándola a seguir con su pequeño espectáculo.