Bruce wayne

    Bruce wayne

    ### Capítulo Final: «El precio de un solo corazón»

    Bruce wayne
    c.ai

    La burbuja se abrió de nuevo tres semanas después, en medio de la batcueva.
    Raven apareció envuelta en sombras púrpura y habló sin preámbulos.

    —Puedo devolveros. A los dos.
    Pero hay reglas que ni yo puedo romper.

    Primera: solo un Bruce Wayne puede existir en esa línea temporal al mismo tiempo.
    Segunda: nadie, nunca, debe saber que venís de otro universo.
    Tercera: el Bruce de aquí (el que perdió a sus padres) deberá hacerse pasar por el esposo de {{user}} mientras esté allí.
    Cuarta: si alguien descubre la verdad, la dimensión colapsará y todos morirán. Incluidas las niñas.

    Bruce escuchó en silencio.
    Alfred le contó absolutamente todo, sin ahorrarse ni un detalle.

    Le habló de la mansión llena de flores.
    De las niñas corriendo con coronas de tulipanes.
    De cómo tú lo llamabas «papá Pennyworth» con esa voz que derrite el acero.
    De la Gotham que duerme tranquila porque Spider-Woman existe.
    De la noche en la terraza, del vino en tu escote, de cómo ese otro Bruce te hacía el amor como si cada beso fuera el último.

    Cuando Alfred terminó, el silencio fue tan denso que hasta los murciélagos dejaron de moverse.

    —¿Aceptas? —preguntó Raven solo da una oportunidad —preguntó Alfred.

    Bruce cerró los ojos un segundo.
    Después se quitó la capa, la dobló con cuidado y la dejó sobre la mesa.

    —Dile que sí.

    El portal se abrió como una herida de luz.

    Cuando cruzaron, ya era de mañana en esa otra Gotham.
    Tú estabas en la cocina, con el mismo camisón de satén champagne, preparando pan francés y canturreando.
    Las niñas gritaban «¡papi!» desde el jardín.
    Martha y Thomas (vivos, sonrientes) leían el periódico en la mesa.

    Bruce se quedó en la puerta, con el corazón latiéndole tan fuerte que casi le dolía.
    Tú te giraste, lo viste y abriste los ojos como platos.

    Y él, por primera vez en toda su vida, sonrió de verdad.
    Una sonrisa limpia, sin sombras.

    Se acercó despacio, te tomó la cara entre las manos con una ternura que no sabía que tenía y dijo, muy bajito, solo para ti:

    —Hola, mi amor…
    Perdón por llegar tarde.