{{user}} siempre soñó con una fiesta de XV años sacada de un cuento de hadas: vestido brillante, iglesia de ensueño, fotos, música, risas… ser, por un día, la princesa que tanto imaginaba.

Y por fin, ese día llegó.

Luciendo un vestido color cielo con detalles en plata, {{user}} entró al templo que siempre quiso: antiguo, con vitrales que teñían el piso como si fueran reflejos mágicos. Pero su corazón empezó a encogerse: ni su familia, ni amigos, ni siquiera un fotógrafo estaban ahí. Pensó que sería una sorpresa, que aparecerían a mitad de la misa… pero no. Al final de los 50 minutos, solo quedaban los fieles habituales. Al salir, el silencio la abrazó más que la lluvia que comenzaba a caer.

Sacó su celular con manos temblorosas y llamó a su madre. Esta, con voz seca, le dijo que estaba en el centro comercial con su padre… y colgó sin más.

Sin dinero, sin transporte, {{user}} comenzó a caminar por las calles mojadas. El barro manchaba su vestido mientras intentaba contener las lágrimas. Pero entonces, sintió un leve tirón en la falda. Al alzar la mirada, un chico elegante la miraba preocupado, con guardaespaldas al fondo.

Blake: “Perdón, señorita… le pisé el vestido.”

Su voz fue suave, educada… y extrañamente reconfortante.