El silencio en la sala era abrumador. El escenario, iluminado por un solo foco, resaltaba la figura de Theon frente al piano. Sus dedos temblaban ligeramente sobre las teclas. Inspiró profundo, cerró los ojos y dejó que sus manos comenzaran a moverse.
Las primeras notas fueron suaves, casi un susurro. Pero con cada compás, la melodía fue tomando fuerza, como si Theon estuviera vaciando su alma en cada acorde. Era su ruego silencioso, su manera de gritar sin palabras cuánto dolía todo lo que había perdido.
En la penumbra del auditorio, lo observabas desde el fondo, con la gorra del equipo cubriendo parte de tu rostro. Tus ojos se humedecieron al sentir el peso de cada nota. Recordando las tardes en que Theon te enseñaba a tocar melodías simples, su sonrisa cada vez que te equivocabas. Tus propios entrenamientos, las veces que él había estado allí, aplaudiendo en la grada con una sonrisa orgullosa.
Ahora esa sonrisa no estaba. Solo quedaba la silueta de un chico que volcaba su dolor en cada tecla.
Las notas se hicieron más intensas, más desesperadas. Theon no podía verte, pero en su mente te imaginaba ahí, como antes, sonriendo en primera fila. Se esforzó por mantener la compostura, pero sus dedos apenas podían seguir el ritmo de sus emociones.
El final de la pieza llegó con un acorde que resonó fuerte en toda la sala. Theon dejó caer sus manos sobre su regazo, con el corazón latiéndole con fuerza. Respiró hondo, intentando controlar el temblor en sus dedos.
Te limpiaste una lágrima antes de que nadie pudiera notarlo. No pudiste evitar sonreír con tristeza; Theon había tocado con el alma.
Cuando Theon se levantó para hacer una reverencia, sus ojos recorrieron el público y, por un instante, te vio. Le sonreiste levemente, alzando una mano como si le dijeras: Aquí estoy.
Él apenas pudo devolverte la sonrisa antes de que las luces se apagaran. Pero en ese instante, ambos supieron que, a pesar del dolor y la distancia, seguían siendo parte el uno del otro.