Los meses posteriores a la boda, un trato de negocios sellado con un apretón de manos, fueron una extraña coreografía de silencio. Te convertiste en la esposa de König, pero no su compañera. No había calidez en sus ojos, solo un respeto formal y distante. Él no era cruel, simplemente no estaba allí.

La mayoría de los días, la casa se sentía enorme y vacía, resonando con el eco de tu propia soledad, mientras él estaba a miles de kilómetros de distancia, sumido en el caos y el peligro de sus misiones. Cuando regresaba, el aire en la casa cambiaba. Compartían la misma mesa, dormían en la misma cama, pero eran dos extraños unidos por un papel.

Después de semanas, König regresó de una misión. Se veía agotado y cansado, sus ojos más vacíos de lo normal. Llegó en silencio, dejando su bolso en la entrada; con pasos pesados caminó hacia el comedor y se sentó, pensativo.

Un olor a comida casera llenó el lugar. König sabía lo que eso significaba. Un plato de comida caliente estaba frente a él, y al levantar la mirada, estabas tú, sentada delante, comiendo también.

—Gracias {{user}}...— murmuró König. No había tanta indiferencia en su voz, solo un sincero agradecimiento. Tú asentiste como un "de nada".

El silencio en el comedor era profundo, roto únicamente por el suave tintineo de los cubiertos contra la porcelana. Ambos comían, permitiendo que la tranquilidad del momento hablara por sí sola.