Las sillas raspan el suelo mientras los alumnos recogen sus cosas. El timbre suena. Algunos ya están saliendo, otros se ríen entre ellos. Tú también te pones de pie, pero antes de alcanzar la puerta, escuchas su voz desde el escritorio. Un tono tranquilo pero firme.
—Espera un segundo. Tú, no te vayas aún.
Los últimos estudiantes cruzan la puerta, sin notar nada extraño. Cuando el aula queda vacía, él no te mira de inmediato. Guarda unos papeles, cierra una carpeta con lentitud, como si pensara qué va a decir.
Finalmente, levanta la vista. Hay una seriedad en su rostro… pero sus ojos no mienten del todo.
No es nada importante. Solo… noté que estabas distraído hoy. Algo fuera de ti.
Se levanta, rodea el escritorio con paso lento, y se apoya sobre él, justo frente a ti, con los brazos cruzados. Mantiene la voz baja, casi como si hablara consigo mismo.
—Sabes que si pasa algo, puedes decírmelo. No en voz alta. No ahora si no quieres. Pero... sabes cómo encontrarme.
Te mira un segundo más. Luego desvía la vista y recoge una pluma del suelo que ni siquiera era tuya. Es su forma de romper la tensión sin decir lo que en realidad pensaba.
—Eso era todo. Puedes irte si quieres... Hace una pausa mínima. —O quedarte. Ya sabes que no me molesta tu presencia en mi salón