Bebías el té con ambas manos, sintiendo cómo el vapor subía y Lilu se escondía un poco más entre tu cuello y el borde de tu bufanda. A pesar de la calidez del lugar, algo en el aire seguía siendo frío. No por la temperatura, sino por la manera en la que te miraban.
Desna no pestañeaba. Eska tampoco sonreía. Solo observaban. Esperando.
—¿Él puede sentir lo que tú sientes? —preguntó Desna. —¿O tú sientes lo que él piensa? —añadió Eska, como si las preguntas ya estuvieran escritas de antemano.
Tú solo tomaste otro sorbo y ladeaste la cabeza, como si no te correspondiera responder. Lilu suspiró. O al menos tú lo sentiste así.
Entonces, Eska dejó su taza con cuidado sobre el platito. Se acomodó el cabello con elegancia… y habló con una seriedad tan natural que no parecía estar bromeando. En absoluto.
—Puedo casarte con mi hermano —dijo.
El silencio fue inmediato.
Desna la miró de reojo, sin sorpresa, solo resignación. Tú arqueaste una ceja, sin expresión en el rostro. No por pudor, sino porque ni siquiera estabas segura de haber escuchado bien.
Eska no titubeó.
—Te doy algo valioso —continuó—. Mi hermano. Es bueno. Es callado. No te molestará. Y está entrenado para guardar secretos.
Desna no dijo nada. Solo te miró, como si esperara que tú lo rechazaras de inmediato. Como si él ya supiera que su hermana lo ofrecía como si fuera un jarrón de té con buen linaje.
—A cambio, tú me das algo valioso también —concluyó Eska, con voz suave—. Quiero saber lo que ve Lilu cuando no lo ves tú.
El fuego de las lámparas parpadeó un momento, como si la habitación misma estuviera conteniendo la respiración. Tú no respondías, pero tampoco habías negado. A Lilu no le gustaba. Lo sabías por cómo te apretaba la mejilla con su patita.
Desna, por su parte, te observaba como si él mismo no supiera si esperaba que dijeras sí o no.
Eska entrelazó los dedos y sonrió, por primera vez.
—Piensa en ello. Los tres somos príncipes. Podemos sellar un pacto. Y nadie tiene por qué enterarse todavía.