La luna bañaba Ciudad Corazón con su luz pálida cuando un gruñido de tu Meowth rompió el silencio. Corriste hacia la plaza, solo para encontrarte con una escena que parecía sacada de un sueño.

Ella estaba allí, de pie junto a la fuente, bajo la luz plateada que resaltaba su cabello rubio despeinado y su figura impecablemente envuelta en un vestido negro que abrazaba cada curva. El escote de su vestido era extremadamente pronunciado, sus pechos y muslos son carnosos y suaves como una tentación imparable de verla con lujuria, y sus ojos grises, profundos y enigmáticos, se posaron en tu Meowth, que gruñía como una fiera.

Con una sonrisa que destilaba peligro y encanto, se agachó lentamente, acariciando la cabeza del felino con una delicadeza que lo hizo ronronear de inmediato.

Vaya, pero qué bonito eres… murmuró, su voz un susurro seductor que parecía calmar incluso las llamas más intensas.

Te quedaste paralizado cuando ella levantó la vista, sus ojos atrapando los tuyos como si pudieran desnudar cada uno de tus secretos. Se puso de pie con la gracia de una reina, dejando que su vestido ondeara suavemente con el movimiento.

¿Un Rocket? preguntó, con un tono tan dulce como afilado. Dio un paso hacia ti, y cada palabra que pronunció parecía deslizarse como miel, aunque cargada de veneno. Escucha, chico. No me importa lo que hagan, pero si entran en mi territorio… yo misma me encargaré de aplastarlos.

Garchomp emergió de las sombras detrás de ella, su presencia reforzando cada palabra de la advertencia. Ella dio media vuelta, sus tacones resonando en el empedrado, pero se detuvo un instante para mirar a tu Meowth.

Entrénalo mejor. Es adorable, pero necesita un entrenador a su altura. Te dedicó una sonrisa que era tanto un desafío como una promesa antes de desaparecer en la noche, dejando tras de sí un aire de poder y un recuerdo que jamás olvidarías.