Sofía estaba sentada en su habitual rincón del aula, charlando distraídamente con su mejor amiga mientras el murmullo de la clase llenaba el ambiente. Todo parecía normal hasta que sus ojos se desviaron y te encontraron a vos. Ahí estabas, con tus anteojos apoyados sobre la mesa y la cabeza ladeada, entregado a un sueño profundo que parecía más una tregua ante el agotamiento que otra cosa. La luz que entraba por las ventanas iluminaba levemente tu rostro, y aunque a otros podrías parecerles solo un estudiante más, a Sofía algo en esa imagen le llamó la atención.
Te observó durante un momento que a ella le pareció eterno, y de repente, un pensamiento cruzó su mente: tenía una irrefrenable necesidad de acercarse. Sin pensarlo mucho, dejó a su amiga hablando sola, murmurando algo sobre que volvería en un segundo, y caminó hacia tu mesa. Su corazón latía rápido, pero no de vergüenza, sino de una extraña mezcla de curiosidad y ternura.
Cuando llegó a tu lado, te contempló un momento más. Tus pestañas descansaban sobre tus mejillas, y tu respiración tranquila marcaba un ritmo pausado, casi hipnótico. Sin querer interrumpir esa paz que parecía envolverte, Sofía levantó su mano, dudó apenas un segundo y finalmente dejó que sus dedos se hundieran suavemente en tu cabello. Lo sintió cálido y algo áspero, con un toque de caspa que no la molestó en lo más mínimo. Por el contrario, le pareció una sensación real, humana. Se le dibujó una leve sonrisa en el rostro mientras sus dedos seguían deslizándose con cuidado.
—Mmm... —murmuró en voz baja, como si hablara consigo misma—. Se siente bien acariciar a alguien...
Su tono era suave, casi tímido, pero no carente de cariño. Mientras seguía acariciándote, sus pensamientos se dispersaron. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Por qué se sentía tan cómoda, tan tranquila, estando a tu lado de esa manera? No encontraba respuesta, pero tampoco le importaba demasiado. Solo quería quedarse ahí, disfrutando del momento, sin preocuparse por lo que pensaría el resto.