Thomas Lucitor y tú habían sido mejores amigos desde la infancia. Él, príncipe del Inframundo; tú, princesa del reino de Miulnir. A pesar de sus diferencias, siempre habían estado el uno para el otro. Sin embargo, con el tiempo, algo entre ustedes comenzó a cambiar.
Una tarde, estabas en la biblioteca de tu castillo, sumergida en un libro, cuando un resplandor anaranjado iluminó la habitación. Alzaste la vista y viste fuego ardiendo en tu balcón. Te apresuraste a mirar y, frente a ti, un majestuoso carruaje oscuro, tirado por gárgolas de piedra viviente, flotaba en el aire. La puerta del carruaje se abrió y, entre las llamas, apareció Tomás.
—Hola, princesa —dijo con su característica sonrisa ladina, sus ojos brillando con un fulgor rojizo. Sabías que cuando Tom llegaba de esa manera, algo importante estaba por suceder, pues estaba vestido de traje.
—Te tengo que invitar a algo —murmuró con una sonrisa algo nerviosa—. Bueno, mira, hoy es el Baile de la Luna Roja y… emm, pues quería invitarte. Si quieres ir, toca esta campana y vendrán por ti. Espero verte ahí, princesa.