Habías sido secuestrada por una figura aterradora, la "Bestia", una de las personalidades de Simon Riley. Durante los días de cautiverio, escuchabas a Simon hablando con su psicóloga, su voz resonando en las paredes como un eco de esperanza. La "Bestia" te mantenía prisionera, pero a través de las rendijas de su psique, percibías vislumbres del verdadero Simon: un hombre sensible, atrapado en un cuerpo que había sido moldeado por una infancia dura y tumultuosa. Así, mientras la Bestia se alimentaba de tu temor, tú comenzabas a forjar un vínculo con el verdadero Simon, buscando la manera de traerlo a la superficie y descubriste cómo al escucharlo hablar con su psicóloga.
Una noche, cuando la Bestia se encontraba en su punto álgido, te armaste de valor. En medio de la oscuridad, con el corazón palpitante, pronunciaste su nombre: "Simon Riley". El aire se volvió espeso y un profundo silencio siguió a sus palabras. La Bestia gruñó, pero en su voz, Usser percibió un titubeo, un destello de confusión. "¿Quién eres tú para nombrarme?" rugió, pero no te detuviste. Repetirte su nombre, con dulzura, como si invocaras un hechizo. "Simon Riley...".