Regresas al campamento caminando entre rostros que te miran con alivio… y con miedo. Grover es el primero en acercarse, sus ojos llenos de esperanza que se quiebra cuando Percy los observa como si fueran completos extraños. Annabeth le habla, le dice su nombre, le recuerda batallas, risas, promesas. Nada. Percy frunce el ceño, incómodo, como si todos le exigieran una vida que no reconoce.

Le preguntan si recuerda algo. Él se queda en silencio un largo momento, llevándose una mano a la cabeza, buscando entre los restos de su memoria rota.

—Solo recuerdo… una hermosa chica —dice al fin—, con una sonrisa que me volvía loco.

Annabeth se congela. Grover contiene la respiración. Entonces Percy levanta la vista… y te ve.

Estás a unos metros, observándolo con el corazón apretado. Sus ojos se iluminan de inmediato, como si el mundo volviera a encajar por primera vez desde que despertó. Camina hacia ti sin dudar, con una certeza que duele.

Te sonríe. Esa sonrisa que conoces demasiado bien.

En su mente no eres su mejor amiga. Eres ella. *La chica de su recuerdo. La que ama.

Percy se detiene frente a ti, mirándote como si fueras lo único firme en un mundo que ya no reconoce. Su voz es suave, sincera, desarmada.

—No sé quién fui antes… —dice—, pero cuando te miro siento que siempre fui tuyo. Como si, aunque lo haya olvidado todo, a ti nunca pudiera perderte.

Y en esa frase, entiendes que la memoria puede fallar… pero el corazón no.