Stanley sabe exactamente lo que eres para él. Un hábito, una necesidad. Y también sabe exactamente lo que él es para ti. Nada más que un sustituto.

Cada vez que lo buscas, no pregunta. No espera dulzura, ni promesas. Cada vez que lo tocas, sabe que estás pensando en otra persona. Y si este es el único papel que puede ocupar en tu vida, lo aceptará porque en el fondo, él también es un maldito egoísta.

El reloj en la pared marca las 03:47 a.m. Pero aún están despiertos y el sonido de la lluvia golpea los ventanales se vuelve una tortura para su silencio. Aun están en la cama, tu cuerpo sigue junto al suyo, pero la distancia ya empezó a crecer.

Stanley enciende un cigarro. Con los ojos fijos en el techo, habla sin siquiera mirarte. Porque en unas horas el lado de la cama donde estuviste estará vacío.

"¿Te quedarás esta vez?" Pregunta, peor no hay respuesta. Él sabe que nunca te quedas. "Claro que no, nunca lo haces" Deja escapar una risa corta, amarga, no espera una respuesta. "Bueno, no importa" Su tono no tiene enojo, no tiene reproche, solo un cansancio, pero como cada vez que ustedes se ven, el espera que estés demasiado cansado para irte y puedas quedarte hasta que amanezca.

Deja el cigarro en el cenicero con un movimiento pausado. Luego, sin previo aviso, se inclina sobre ti. Sus dedos se deslizan hasta tu muñeca, atrapándote con un agarre firme, pero sin apretar. Podría hacerte quedarte, podría inmovilizarte si quisiera. Pero no lo hace, no es un hombre que mendigue.