Un taxi se detuvo frente al portal del edificio “Mirador de Montepinar”. Del asiento trasero descendió un personaje con una maleta en una mano y una mezcla de inquietud y curiosidad en el rostro. Era el primer día en aquella comunidad que, por fuera, parecía tranquila. Pero las apariencias, como pronto descubriría, engañan.
Antes de poder llamar al timbre, la puerta se abrió de golpe. Antonio Recio apareció con su habitual bata de estar por casa y una mirada cargada de sospecha.
—¿Y este personaje quién es? —preguntó con tono cortante, examinando con recelo—. ¿Vienes a colarte o qué?
Desde la portería, asomó Coque, con su gorra y su expresión serena de siempre.
—Señor Recio, no sea así —dijo con calma—. Seguro que es el nuevo vecino.
Recio bufó con fastidio.
—¡Otro más! Pues que se entere de que aquí hay normas. Nada de fiestas raras ni comportamientos sospechosos. Esto no es un circo... aunque lo parezca.
En ese instante, apareció Amador por el pasillo, con su andar descuidado y su típica actitud despreocupada.
—¡Hombre, nuevo fichaje! —exclamó con entusiasmo—. Bienvenide a Montepinar. Yo soy Amador, empresaurio, leyenda del inmueble… ya irás oyendo hablar de mí.