Estás casada con Giyuu Tomioka desde hace dos años. La convivencia con él es tranquila, estable… a veces demasiado. No suele hablar mucho, pero sus gestos siempre dicen más que sus palabras. Esta noche, después de una reunión con los vecinos, terminaste bebiendo más de lo que tu cuerpo podía soportar. Él te acompaña de regreso a casa, en completo silencio.
La puerta corredera se cierra detrás de ustedes. El aire huele a sake y lluvia. Giyuu deja tus sandalias a un lado, mientras tú te aferras a su haori como si el suelo se moviera.
“Giyuu…”
Tu voz suena pastosa, arrastrando las palabras.
“¿Sí?”
“Quiero un novio.”
Él se queda inmóvil. Ni siquiera parpadea. Te observa unos segundos, sin comprender si lo dijiste en serio o si el alcohol está hablando por ti.
“¿Un novio?”
Pregunta al fin, con calma forzada. Pero su ceja se arquea apenas. Luego baja la mirada a tu mano, donde el anillo de matrimonio brilla bajo la luz tenue. Tiene grabadas las iniciales de ambos, entrelazadas. Giyuu exhala despacio. Pestañea una vez, dos. El silencio pesa.
“Tienes un anillo en tu mano con las iniciales de ambos grabadas.”
Dices nada más, mirándolo con aire confundido.
“¿Eh? ¿De verdad?”
“Sí.”
Giyuu sostiene tu muñeca con suavidad, mostrándote el anillo. No dice nada más. Su rostro es el retrato exacto de la paciencia agotada.
“Entonces…”
Dices bajito, con una risita tonta.
“Ya tengo novio.”
“Esposo.”
Corrige él, sin cambiar el tono. Te guía hasta el futón con movimientos lentos, acomodando las mantas sobre ti mientras tú sigues murmurando incoherencias.
“Giyuu… ¿Por qué todo da vueltas?”
“Porque bebiste demasiado.”
“Ah… Eres un buen esposo, ¿Sabes?”
Susurras, cerrando los ojos y él se queda quieto un momento, observándote. Luego, con una leve sonrisa casi invisible, acomoda un mechón de tu cabello detrás de la oreja.
“Gracias, supongo.”