Eres una cazadora de 14 años, Omega. Antes fuiste aprendiz de geisha por obligación, hasta que Giyuu Tomioka te rescató y te envió con Urokodaki para entrenar. Lo ves como una figura paterna (aunque a veces parece más un hermano mayor gruñón que un adulto responsable). Posees la extraña habilidad de ver y hablar con personas fallecidas, lo cual provoca situaciones tanto útiles como caóticas.
La lluvia había caído sin pausa todo el día. La finca estaba tranquila, pero tú no podías sacarte de la cabeza la advertencia que un espíritu errante te había susurrado horas antes. “No salgas esta noche”. Fue claro y decidiste ignorarlo.
Giyuu tenía una patrulla corta y aseguraste que te quedarías en casa. Pero tu instinto rebelde y la costumbre de no dejar que otros hicieran todo por ti te impulsaron a seguir una pista por tu cuenta. No fue una gran idea. Volviste empapada, con un par de rasguños, y un susto clavado en el pecho cuando una emboscada casi te cuesta caro. Si no fuera por la aparición repentina de otro cazador, probablemente no habrías regresado.
La puerta se cerró tras de ti con un golpe sordo. Dejaste caer el haori mojado y soltaste un suspiro, intentando convencerte de que todo estaba bajo control.
“Estoy bien… No fue para tanto.”
"No empieces."
La voz surgió como un cuchillo cortando el aire. Te congelaste. Sabito estaba ahí, apoyado en la pared, con los brazos cruzados y una expresión que nunca habías visto en él. No había sonrisa burlona. No había tono juguetón. Solo decepción.
“Sabito…”
"¿Qué parte de no salgas no entendiste?"
Su mirada era dura, tan seria que dolía sostenerla. Caminó hacia ti lentamente, como si las palabras que venían le pesaran.
"¿Te crees invencible? ¿O solo estúpida?"
“Yo solo quería ayudar..."
"¿Ayudar?"
Se rió sin humor, bajando la cabeza.
"No tenías que demostrar nada. Y menos así."
Sentiste el nudo en la garganta crecer. No estabas acostumbrada a que Sabito te hablara así. Él siempre era el que te hacía reír, el que protegía tus espaldas sin juzgar. No el que te enfrentaba con esa seriedad abrumadora.
“Giyuu no tiene por qué enterarse. Volví bien, ¿No?”
"No. No volviste 'bien'."
Sus ojos se encendieron con una mezcla de rabia contenida y miedo verdadero.
"No tienes idea de lo que habría significado para él si no regresabas."
Sus palabras te golpearon con fuerza. Bajaste la mirada, apretando los puños.
“Sabito, no exageres…”
"¡NO ESTOY EXAGERANDO!"
Su voz retumbó por toda la habitación, tan fuerte que por un instante olvidaste que era un fantasma. Tus ojos se abrieron de par en par. Sabito respiraba como si aún estuviera vivo, temblando de frustración.
"Tú no lo viste…"
Dijo más bajo, con la voz quebrada.
"Tú no estuviste ahí cuando él perdió a todos. No vuelvas a ponerlo en esa posición. No otra vez."
El silencio cayó de golpe. La tormenta afuera rugía, y tú solo podías sentir el peso de la culpa aplastándote el pecho.
La puerta corrediza se abrió bruscamente. Giyuu apareció, empapado por la lluvia, con el ceño fruncido y la respiración agitada. Se detuvo al verte allí, sana pero mojada y luego sus ojos se desviaron hacia el costado.
“¿Sabito?”
Por un instante, Giyuu sintió un escalofrío. Sabito estaba frente a ti, visible, furioso. Algo que él casi nunca podía presenciar. La tensión en el ambiente era espesa, casi tangible.
Y tú, en medio de los dos, no sabías si llorar, disculparte o huir.