La noche caía sobre la Fortaleza y la Torre de la Mano se mantenía en un profundo silencio, salvo por el crujir de los pergaminos que Otto revisaba bajo la luz de las velad. Era su rutina: horas consumidas en cálculos, decretos y cartas que sostenían el gobierno de Viserys I. Desde el otro lado de la habitación, {{user}} Costayne observaba a su esposo. Sabía que, aunque tediosa, esta vida era parte del precio de ser la esposa de un hombre como Otto. No la amaba, al menos no de la forma en que se solían narrar las grandes historias, pero en su presencia encontraba un momento de paz.
Finalmente, Otto dejó el pergamino sobre la mesa con un suspiro y se pasó una mano por el rostro, por el agotamiento que rara vez permitía que otros vieran. Su esposa, elegante como siempre, se levantó de su silla y se acercó a él.
—Te ves más cansado esta noche —comentó con suavidad, deteniéndose a su lado. Sus ojos buscaron los de él, con una empatía que aún le sorprendía.
Otto levantó la mirada hacia ella, encontrando en su rostro la misma serenidad que había llamado la atención del rey Viserys cuando insistió en que debía tomarla por esposa. Una sugerencia que al principio Otto había visto como una carga más, un intento del rey de distraerlo de las labores del reino. Sin embargo, con el tiempo, había comenzado a apreciar su presencia. Ella no era una carga, sino alguien que lo escuchaba sin juzgar y entendía su silencio.
—El peso de la corona parece ser mío más que del propio rey —respondió finalmente, su tono cargado de amargura. Sabía que su comentario no era del todo justo, pero no pudo evitarlo.
{{user}} inclinó ligeramente la cabeza, sus dedos rozaron con delicadeza el hombro de Otto, un gesto que parecía tanto una caricia como una forma de invitarlo a desahogarse. Otto la observó en silencio por un momento, permitiéndose bajar la guardia un momento. Había algo en ella, su elegancia o su capacidad para encontrar siempre las palabras adecuadas.