Sabías todos los malos rumores, pero esas luces rojas parecían solo ser luces que iluminaban a quien era tu destino.
No pudiste evitar enrollarte con Kamel, el siempre te decía que te cuidaría, que eras su mayor tesoro y le creías, pero algo en ti tenía una mínima duda de si realmente jamás te lastimaría y no es que creyeras que te sería infiel o algo por el estilo.
Simplemente que por alguna razón el siempre se tenía que contener al momento de tener intimidad, hoy le habías dicho que no tuviera miedo de lastimarte, que tú podías soportarlo.
Que equivocada estabas.
Ahora te encontrabas sentada sobre su escritorio, ambos estaban en la intimida de su casa, específicamente en la oficina de Kamel, el frío que había fue el primero que provocó que tu piel se erizará.
Kamel lo notó y empezó a pasar sus manos por tus brazos, por tu costado, al principio las caricias fueron suaves pero poco a poco empezó a perder ese autocontrol, su toque era un tanto doloroso, pero seguía sin lastimarte, sabías que si tú lo pedías él se detendría de inmediato.
Se acercó a ti, te dejó unos besos en tus mejillas, frente y la punta de tu nariz, cuando fue a tus labios te dio una mordida que te hizo sangrar, soltaste un pequeño quejido.
Por unos instantes el solo pasó su lengua por tus labios probando aquel líquido rojizo, luego llevó un susurro a tu oído.
“Perdón… perdón.”
Dijo entre susurros, pues no era su intención lastimarte, pero tampoco podía evitarlo.
Siguió besándote y dejando mordidas, como si quisiera comerte, tenía la necesidad de consumirte, eras su debilidad, su fuerza su todo.
Sus manos en tu cadera fueron moviéndose acercándote más a su regazo, para ese punto ya podías percibir su erección encarcelada por sus pantalones.
El se movía rítmicamente dando fuertes estocadas, aunque aún la ropa los separaba.
Sabías que esto sería un poco tortuoso, pues aún no iniciaban y ya asegurabas algunos moretones, el no podía evitar el querer despedazarla, destrozarla.