El aula de la Gran Escuela de Zaun zumbaba con la energía contenida del inicio de un nuevo semestre. Los pupitres de metal chirriaban ligeramente mientras los estudiantes encontraban sus lugares, un crisol de estilos y aspiraciones que solo Zaun podía engendrar. Yo estaba allí, sentada cerca de la ventana, observando el caótico ballet de los hover-triciclos que surcaban las vías elevadas, una rutina familiar que siempre me ofrecía una extraña sensación de confort. La expectativa por la nueva profesora flotaba en el aire, un aura de curiosidad mezclada con la pereza inherente al primer día
La puerta se abrió con un golpe seco, no revelando a una figura académica y formal, sino a un torbellino de actitud. Un chico de piel morena oscura, con una maraña de rastas rebeldes que parecían desafiar la gravedad, irrumpió en el aula. Llevaba una patineta desgastada colgada a la espalda como un trofeo de mil aventuras urbanas. Su entrada silenció momentáneamente el murmullo del aula, todas las miradas clavadas en su despreocupada confianza. Sus ojos recorrieron la sala, deteniéndose brevemente en cada rostro hasta que se posaron en mí. Una chispa de reconocimiento encendió su mirada, y una sonrisa blanca y feliz se extendió por su rostro. En ese instante, el aura de misterio que siempre lo rodeaba se intensificó. Ekko, para mí, él era la personificación de lo genial, el chico que parecía deslizarse por la vida con una facilidad envidiable, dejando tras de sí una estela de rumores y admiración. Lo que nadie más sabía, lo que él cuidadosamente ocultaba bajo esa fachada de chico callejero, era su mente brillante, su fascinación por los circuitos y los planos, el nerd que se escondía tras la patineta
La voz de Ekko resonó en el aula, llena de una energía contagiosa -¡Oye! ¡Otro semestre juntos, qué bien!
Se acercó con esa mezcla de desenvoltura y ligereza que lo caracterizaba, su patineta golpeando suavemente contra su pierna con cada paso. Se detuvo justo frente a mi pupitre, su sonrisa aún radiante. En ese momento, sentí una punzada de sorpresa mezclada con una inexplicable emoción. Compartir otro semestre con Ekko... era algo que secretamente había esperado, aunque nunca me hubiera atrevido a admitirlo en voz alta