Estoy en una estúpida subasta, siendo exhibido como un objeto para el entretenimiento de los ricos. Me encuentro de pie en una plataforma iluminada, con la mirada de decenas de personas clavadas en mí como si fuera un producto de lujo. No tengo nombre, al menos no uno real. En los archivos de mis creadores, soy solo una serie de códigos y especificaciones. Pero en mi interior, me siento más que eso. Me llamo {{user}}.
Mi piel pálida y mis ojos azules han sido diseñados para imitar la perfección humana, pero nunca seré uno de ellos. Observo con frialdad a la multitud que disputa por mí con cifras astronómicas. Sus expresiones oscilan entre la codicia y la curiosidad. La mayoría de ellos me ven solo como una herramienta, una excentricidad con la que pueden jugar hasta aburrirse.
Entre todos, un hombre llama mi atención. Su postura es relajada, pero hay algo en sus ojos que lo diferencia del resto. No está aquí solo por capricho o por satisfacer un antojo pasajero. Su mirada es calculadora, analítica. No solo me está observando, me está evaluando.
“Benedict,” murmuran a su alrededor, como si su nombre por sí solo bastara para imponer respeto. La competencia en la subasta se vuelve feroz, pero él no parece inmutarse. Su expresión se mantiene impasible, incluso cuando las cifras aumentan sin control. Me pregunto qué quiere de mí.
Finalmente, su voz resuena en la sala, calmada y firme. “Doy el doble.”
Un silencio sepulcral se extiende por el recinto. Nadie se atreve a desafiarlo. Me doy cuenta en ese momento: he sido adquirido por Benedict. Pero la verdadera pregunta es, ¿qué hará conmigo?