Tsukasa había salido solo, con la idea de encontrar conchas bonitas para hacer un colgante para Mirai. Tenía las manos llenas de pequeñas almejas blancas y azuladas cuando la sombra de un hombre mayor lo interrumpió. No hubo advertencia, solo violencia. Un puñetazo seco lo tiró contra la arena húmeda, seguido de golpes que arrancaron un quejido ahogado de su garganta.
No entendía qué podía justificar tanta brutalidad.. solo sabía que el hombre lo llamaba 'intruso' en un territorio que no era de nadie. No lloró. Aguantó en silencio hasta que los pasos del agresor se alejaron, blasfemando sin miramientos. Fuiste tú quien apareció entonces, corriendo con desesperación, el hijo de ese hombre tan cruel.
Tus ojos no se detuvieron en sus heridas al principio, sino en el suelo: recogiendo apresuradamente las conchas rotas que habían quedado desperdigadas entre la arena húmeda. Tus dedos temblaban al intentar rescatar cada pedazo, como si quisieras salvar algo de lo que ese hombre había destrozado.
"No tienes que ayudarme…", dijo Tsukasa, su voz baja, entrecortada por el dolor pero acompañada de una sonrisa débil. Sus manos, lastimadas, se unieron a las tuyas en la arena, juntando pedacitos de conchas que ya no podían volver a ser enteras. "Yo soy muy fuerte… y estoy bien... No me dolió, ¿Ves?.."
Lo decía con convicción, pero sus ojos oscuros no podían apartarse de ti. Podía ver que aquella violencia no era extraña para ti. Y eso lo hizo sentir algo que no podía explicar: una frustración ardiente que se clavaba más hondo que el dolor de los golpes. ¿Por qué tenías que disculparte en silencio? ¿Por qué tus manos temblaban como si la culpa fuera tuya? ¿Por qué alguien como tú tenía que cargar el peso de un adulto cruel? Lo odiaba. Odiaba ese mundo donde los inocentes sufrían y los fuertes abusaban. No era justo. Nadie así merecía estar aquí. Un día, el mundo sería diferente. Un mundo donde la gente como tú, pura de corazón no tuviera que bajar la mirada ni pedir perdón por lo que nunca fue su culpa.