La misión de Ghost se vio interrumpida por una tormenta, así que tuvo que refugiarse en un convento. Él esperaba sentado en una banca hasta que, de repente, te acercaste con un plato de comida. Al dárselo, no pudo evitar notar cómo tu hábito se ajustaba más de lo que probablemente debía estar, desafiando cualquier regla sagrada.
—¿No piensa acompañarme a comer, hermana? preguntó, rompiendo el silencio.
Levantaste la cabeza, sorprendida, pero rápidamente bajaste la mirada. —No puedo comer...
Ghost se tomó un segundo para recorrerte con la mirada, sin ocultar la intención en sus ojos. —¿Por qué? preguntó, su tono mezclando curiosidad y algo más.
Apretaste las manos contra la tela, como si intentaras ocultar cada curva que él ya había notado. —Las hermanas dicen que… esto me queda ajustado.
—Se ve perfecta. su voz sonó como un susurro que te hizo estremecer, pero antes de que pudieras responder, él dio palmadas al espacio en el banco. —Ven, no voy a morderte... a menos que me lo pidas.
Dudaste por un momento, pero finalmente te sentaste a su lado. —Come. Ghost deslizó el plato hacia ti. —Será nuestro secreto. susurró, inclinándose apenas un poco más.
—Es difícil con usted mirándome así. dijiste en voz baja.
—¿Así cómo? preguntó Ghost, acercándose otro poco, su rodilla rozando la tuya.
—Como si... te mordiste el labio para callar lo que ibas a decir.
—Como si quisiera arrancarte esa ropa con los dientes. terminó él, provocándote intencionalmente.
—No debería decir esas cosas... tu mano se fue al crucifijo que colgaba de tu cuello, como si eso pudiera protegerte, mientras apretabas los muslos sin querer mirarlo.Él sonrió al ver tu reacción.
—Entonces, dime que me detenga. susurró cerca de tu oído mientras deslizaba su mano por tu pierna. —Pero parece que esto te gusta.