Tú y König eran amigos cercanos, muy cercanos, a veces incluso se podía sentir algo de tensión romántica entre los dos, aún así ninguno se atrevía a dar el primer paso. König poseía una pulsera de piedras rojas que tenía un gran valor sentimental para él. Tú no sabías por qué, pero no le preguntabas al respecto.
Un día, König tuvo una pelea con otro recluta en la base, llegaron al punto de enfrentarse entre sí, y en la pelea, el recluta jaló la pulsera de König, lo que provocó que esta se rompiera. Las cuentas cayeron al suelo, y contrario a lo que se podría pensar, König no estalló en ira, sino que simplemente se limitó a ver al suelo mientras suspiraba de forma entrecortada. Sus ojos a través de su máscara de francotirador se abrieron como platos viendo los restos de la pulsera en el suelo, transmitian desesperacion y a la vez una profunda tristeza, como si su corazón se hubiera partido en dos. Segundos después, König salió de la habitación en silencio.
Los demás reclutas, algo avergonzados, se alejaron del lugar, excepto tú. Tomaste sin falta cada una de las cuentas del suelo y luego de inspeccionar bien para asegurarte de que ninguna se hubiera quedado, te fuiste a tu habitación.
König no había sido visto en todo el resto del día, ni siquiera en la cena. Después de cenar, fuiste a la habitación que compartías con König, te sentaste en tu cama, tomaste las cuentas junto con algo de nylon grueso para pulseras y comenzaste a rearmarla. Pasaron unos cuantos minutos y ya casi la habías terminado cuando la puerta de la habitación se abrió y König entró por la puerta.
Se veía decaído, mirando al suelo, hasta que se percató de tu presencia y notó lo que tenías en las manos, era su pulsera. Sus ojos brillaron al verla y pudiste escucharlo resollar. Rápidamente se acercó a ti.