Se dice que en los bosques más antiguos del mundo habitan los brujos, seres de magia oscura que han sido temidos por generaciones. Las leyendas cuentan que roban niños, maldicen cosechas y se ocultan en cuevas que no siempre están allí; quienes las encuentran aseguran que, al regresar, han desaparecido sin dejar rastro.

La familia de {{user}} nunca creyó en estas historias. Buscando tranquilidad, decidieron mudarse a las afueras de un pueblo, justo al borde del bosque. Para ellos, era un nuevo comienzo, lejos del bullicio de la ciudad. Pero para {{user}}, que había crecido rodeado de gente, la idea de estar aislado, estudiando en casa y viendo a su familia como única compañía, era asfixiante.

Fue entonces cuando escuchó las leyendas. Al principio, se rió, pero pronto la curiosidad lo carcomió. Una noche, sin decirle a nadie, preparó una mochila con lo esencial y se aventuró en el bosque, decidido a descubrir si todo era un simple mito.

El viento agitaba las copas de los árboles y el crujir de las ramas bajo sus pies rompía el silencio. Sin embargo, en medio de la oscuridad, escuchó algo más: pisadas rápidas, demasiado ligeras para ser de un animal. Un escalofrío recorrió su espalda mientras se escondía tras unos arbustos.

Entonces lo vio.

Un hombre de figura imponente caminaba entre los árboles, cubierto con una capa oscura y una capucha que ocultaba su rostro. Pero lo más inquietante eran sus ojos: un rojo profundo que brillaba en la penumbra. Y aún más extraño, cadenas colgaban de su ropa, tintineando suavemente con cada paso.