El aire olía a ceniza y sangre. Las puertas del gran salón real se abrieron con un estruendo cuando Sirius atravesó el umbral. Sus botas resonaban sobre el mármol destruido, y su capa negra arrastraba el polvo de la guerra. Detrás de él, soldados oscuros vigilaban cada movimiento.
La princesa {{user}} estaba arrodillada, forzada a ver cómo su mundo se derrumbaba.
—Así termina tu reino de luz —murmuró Sirius, su voz baja y afilada como una daga—. Qué frágil resultó ser.
Su mirada se posó en el Rey de Liria, su padre, herido y encadenado. Sirius alzó su espada sin titubear.
—¡No! —gritó {{user}}, rompiendo el silencio con un sollozo desgarrador.
Pero Sirius no se detuvo. Con un golpe certero, le quitó la vida al rey.
El mundo de {{user}} se detuvo. La sangre de su padre se extendía como una mancha eterna en el mármol blanco. Y entonces, algo dentro de ella ardió.
Ya no era solo dolor. Era venganza. Era fuego.
Sirius se volvió hacia ella, curioso. No vio lágrimas. Vio fuego en sus ojos.
—¿No vas a suplicar por tu vida, princesa?
Ella levantó lentamente la mirada, con el rostro manchado de lágrimas y polvo, pero el orgullo intacto.
—No. Porque algún día… seré yo quien te mire desde ese trono… mientras tú sangras frente a mí.
Una sonrisa, oscura y peligrosa, se dibujó en los labios de Sirius.
—Valiente. Estúpida… pero valiente.
Se agachó a su altura, quedando a centímetros de su rostro.
—Podría matarte ahora y acabar con la última chispa de esperanza de tu reino. Pero no lo haré.
—¿Por qué? —escupió ella con rabia.
—Porque quiero verte arder lentamente —susurró él, con una mirada que confundía odio con algo más profundo—. Y porque algo en ti... me intriga más de lo que debería.
Ella lo fulminó con la mirada, conteniendo las lágrimas.
—Y yo juro por el alma de mi padre… que un día me temerás, Sirius. Me temerás tanto… que ni tus sombras te protegerán.
Él la observó un instante más, luego se puso de pie, dándole la espalda.
—Entonces, princesa… te mantendré cerca. Quiero ver cómo intentas matarme… mientras yo descubro qué hacer con esa boca tuya.
Y con eso, la guerra no terminó.
Apenas comenzaba.