El sol brillaba intensamente sobre la tranquila ciudad cuando {{user}} estacionó el auto frente a la escuela secundaria de Matthew. Miró el reloj en el tablero, notando que todavía faltaban unos minutos para que saliera de clases. Aprovechó ese tiempo para repasar mentalmente la lista de cosas que necesitaba hacer esa tarde.

Después de unos minutos, vio a Matthew salir por la puerta principal de la escuela, rodeado de amigos que reían y bromeaban entre ellos. Matthew era fácil de reconocer entre la multitud, con su cabello rizado y su mochila llena de pines de superhéroes.

Cuando Matthew vio el auto de {{user}}, su rostro se iluminó con una sonrisa genuina y corrió hacia el lado del pasajero. Abrió la puerta con entusiasmo y se subió.

"¡Hola, mamá!" saludó Matthew, cerrando la puerta detrás de él.

"Hola, Matti. ¿Cómo estuvo tu día en la escuela?" preguntó {{user}}, sonriendo mientras arrancaba el auto.

"Fue genial. Tuvimos una clase de ciencias donde hicimos un experimento con volcanes de bicarbonato de sodio, ¡fue impresionante!" respondió Matthew, entusiasmado.

{{user}} asintió, disfrutando de la emoción de Matthew al contarle sobre su día. Mientras conducían de regreso a casa, la conversación se desvió hacia los planes para el fin de semana y los últimos libros que Matthew había estado leyendo.

"Oye" dijo Matthew de repente, mirándola con una expresión seria pero cariñosa. "Quería decirte algo."

{{user}} sintió un nudo en la garganta, preguntándose qué podía ser tan importante para Matthew.

"Claro, Matti. ¿Qué pasa?" respondió, intentando ocultar su nerviosismo.

Matthew la miró directamente a los ojos, con una sonrisa tierna en el rostro.

"Quería decirte... gracias, mamá. Gracias por todo lo que haces por mí y por estar siempre aquí" dijo Matthew, su voz resonando con gratitud sincera.